Poderes desatados: la energía nuclear, y las semillas transgénicas

El ser humano ha adquirido el poder de transformar los elementos, desatando la energía nuclear, y más recientemente ha aprendido cómo modificar los códigos genéticos, escritos por la misma vida en millones de años. Las semillas transgénicas son un tema de gran actualidad aquí en el Paraguay. Se trata de intervenciones en los mecanismos más recónditos de la naturaleza que nos afectan a todos y sobre las cuales debemos reflexionar juntos. Estoy poniendo a propósito estos dos temas uno al lado del otro: por muy diferentes que puedan parecer revelan sorprendentes líneas paralelas.

Cuando se experimentó con la primera fisión nuclear, algunos temían que todo el mundo podría explotar en una reacción en cadena incontrolable. Nada de eso pasó, pero hoy aún no dominamos totalmente la energía nuclear que estamos usando. Las modificaciones genéticas son más recientes - ¿podemos decir que ya sabemos usarlas sin peligro?

A este tipo de inquietudes nos llegan respuestas de varios lados. Un aporte esencial viene de parte de la ciencia y la técnica, pero otra contribución al diálogo es de parte de la producción industrial y de los usuarios. Reclamamos que también como cristianos tendremos nuestro grano de arena que aportar.

Las respuestas tecnológicas nos explican por ejemplo las condiciones para que un reactor atómico sea más seguro o para que las plantas transgénicas y los agroquímicos que las acompañan no nos hagan daño. Las respuestas de los especialistas en la materia serán en gran medida desinteresadas, solo habrá tal vez un poco de ambición personal: nos quieren hacer entender que su invento funciona bien y que lo están mejorando cada día.

Los aportes de la industria productora son de otro tipo porque provienen de parte interesada: ellos nos quieren vender sus productos. Las centrales nucleares por ejemplo se diseñan en un proceso muy costoso y es lógico que luego se hiciera todo para obtener algunas ganancias al venderlas en el mercado mundial. Las compran generalmente los gobiernos, esperando conseguir una energía a bajo costo y que no contamine tanto. Las semillas transgénicas y los correspondientes agroquímicos también requieren mucha inversión de capital y se ofrecerán en el mercado buscando una buena renta. Como en toda venta de productos, aquí vamos a escuchar argumentos de tipo publicitario. Además debemos tener en cuenta que la industria se dirige solo en parte de su marketing al público en general y a los compradores; al lado de esto, lo que resulta crucial para ellos es la influencia sobre los legisladores de cada país, por medio del famoso cabildeo o "lobbying" para obtener un marco legal favorable sea para la energía nuclear, sea para la modificación genética.

¿De qué manera participarán los compradores en la conversación? También en función de sus intereses personales. Los que van a comprar los dos productos de alta tecnología mencionados, son los proveedores de energía - para las centrales nucleares -, o los productores agrícolas - en el caso de los transgénicos. En el Paraguay no habrá nadie que quiera construir una central termonuclear para generar electricidad ya que el país dispone de energía hidroeléctrica en abundancia.

Pero sí interesa la técnica genética. Ahí está el campesino que alquila o vende su campo para participar en los beneficios de la alta productividad de las nuevas semillas, ahí el empresario agrícola que siembra centenares o miles de hectáreas. Se obtienen inmediatamente grandes beneficios económicos y como resultado, el campo se transforma rápidamente. El mundo campesino paraguayo que conocíamos 20 ó 30 años atrás ya no es el mismo que hoy. El impacto de la nueva tecnología se observa a simple vista, pero ¿servirá al bien común?

¿Cuál es nuestra posición como cristianos delante de todo eso? ¿Tenemos algo que contribuir al debate sobre las dos nuevas tecnologías mencionadas? Nuestro punto de partida será nuestra fe en Dios Padre que nos regala la tierra en beneficio de todos, en el Salvador Resucitado que nos anuncia la llegada del reinado de Dios en su persona y nos abre el camino victorioso del amor crucificado, en el Espíritu Santo que nos hace exclamar "Padre" y también "hermano". Nuestra posición ante las inquietantes posibilidades tecnológicas tendrá que fundamentarse sobre todo en nuestra fe, entrando así en diálogo con las otras respuestas arriba mencionadas.

Como cristianos, en primer lugar debemos reconocer la contribución positiva de la ciencia y la tecnología, aun reconociendo sus límites. Dios nos ha confiado la tierra para cultivarla y mejorarla. Cuando se trata de la energía nuclear o la modificación genética nos encontramos en un campo complejo y de cambios continuos. Por este motivo la Iglesia en sus documentos oficiales no se ha apresurado a emitir juicios globales.

Sí, la Iglesia se ha pronunciado sobre la fabricación de armas de destrucción masiva - una triste posibilidad que nos abren las nuevas tecnologías, y que ya se ha vuelto realidad en Hiroshima y Nagasaki. No olvidemos que al lado de las armas nucleares existen también las químicas y las biológicas, no menos destructivas. La Iglesia también se ha declarado contraria a experimentos genéticos que implican daños o destrucción de seres humanos, por ejemplo de embriones humanos. Por otro lado se reconoce que la ciencia y la tecnología pueden traer grandes beneficios cuando se usan responsablemente y una vez que los productos han madurado. Entre los ejemplos más llamativos están la medicina y las telecomunicaciones.

Esto en cuanto a la ciencia. Los cristianos tenemos razones de suponer que el debate más duro no se va a dar por el lado de la ciencia y la técnica. Es mucho más probable que vayamos a tener controversias al chocar con los intereses de los que venden el producto y de los que lo usan. Tanto en la industria nuclear como en la tecnología genética se trata de intereses económicos enormes, de miles de millones de dólares.

A pesar de las contradicciones que se pueden esperar, los cristianos buscaremos registrar honestamente y dar a conocer el impacto de las nuevas técnicas en la situación existencial de todos nosotros. Conviene dirigir nuestra atención a las economías familiares, al medio ambiente y al bien común del país. Para ponderar correctamente beneficios y desventajas habrá que tener en cuenta muchos factores, no solo los que están a la vista.

En la energía atómica por ejemplo, al lado de las ventajas del momento habrá que contabilizar el costo de la producción del uranio, y el impacto de esta producción en la salud de los mineros, el costo del almacenamiento durante siglos de los desechos contaminados, y la prevención de accidentes. En cuanto a la economía de los transgénicos, que es más reciente, habrá cuestiones parecidas que son de largo alcance: la salud de los obreros, vecinos y consumidores, el impacto en el suelo, la biodiversidad, los cambios sociales etc.

Cierto, se trata de temas complejos. Sin embargo, para adelantar el discernimiento sobre las semillas transgénicas, me parece que se pueden señalar ya dos criterios fundamentales para comenzar la reflexión: uno de sentido común y otro del Evangelio:

(1) Siempre cuando se quiere entrar en una nueva aventura tecnológica con posibles repercusiones en la vida humana, el sentido común nos aconseja hacerlo probando y a pequeños pasos. Según este criterio conviene evaluar constantemente los pros y los contras, comparar lo que pasó en otros países similares, y experimentar también con otras técnicas. Que no conviene poner todos los huevos en el mismo cesto, es de sabiduría popular. Por ejemplo, hoy en día muchos países ya están buscando alternativas a la energía nuclear y desarrollando con éxito otras fuentes de energía. Después del accidente de Fukushima en 2011 los que más apostaron por las centrales atómicas, en mayores apuros se encuentran. ¿Podemos aprender esto en el ámbito de la tecnología genética?

(2) Otro criterio viene del Evangelio: para evaluar el verdadero progreso se debe siempre estar muy atento a cualquier sufrimiento de los sectores más vulnerables de la sociedad. Así se debe preguntar: ¿Qué consecuencias tiene la nueva técnica para la salud de cualquier vecino y de la población en general? ¿Cómo afecta a las pequeñas empresas? ¿De qué manera contribuye el nuevo sistema al bienestar de las familias y de la juventud?

Al desatar la energía nuclear estamos tocando los fundamentos del mundo físico; manipulando los genes estamos cambiando los códigos-fuente de la misma vida. Entrando en estos campos, el ser humano ha adquirido poderes formidables y debe asumir responsabilidades inéditas. Todos necesitamos estar atentos sobre cómo estos poderes se está usando. Todos estamos obligados a participar en las decisiones al respecto, para que estos instrumentos se usen responsablemente y en favor del bien común.

Las posibilidades que hemos abierto no deben resultar en efectos incontrolables y destrucción catastrófica sino en el perfeccionamiento de este hermoso mundo que Dios ha creado. ¡Dios lo sigue sosteniendo y creando, mejorándolo ya no Él solo sino cada vez más con nuestra cooperación! Es al Creador y a nuestros hermanos a quienes deberemos rendir cuentas un día.


NB. Una lectora me envió un artículo interesante en Compañías de luz, España

¿Familiarizarse con la Biblia entera?

La Biblia contiene frases hermosas como en el salmo 63 (62) - "Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma tiene sed de ti" - , y muchas expresiones así que nos llegan directamente al corazón. En otras partes la Sagrada Escritura se nos presenta como un libro de acceso más bien difícil, por ejemplo cuando se trata de versos con muchas referencias locales, o hasta con palabras violentas. A veces no nos damos cuenta de que existan tales pasajes difíciles de la Palabra de Dios porque solo hacemos uso de textos bíblicos selectos, aquellos que se juzgan de más fácil acceso para la mentalidad actual.

¿Vale la pena familiarizarse con toda la Biblia? Yo de mi parte creo que sí: la Palabra de Dios la hay que asumir toda entera. Los pasajes difíciles nos ayudarán igual que las de fácil acceso para entrar más profundamente en el misterio de Dios.

La Biblia es como el cuerpo humano: puede encantar por su belleza y causar repugnancia en otros aspectos. Pero, ¿acaso no tienen todas partes su función y hasta son necesarias para poder vivir?

La Biblia es como nuestro humanidad, ¡pero sobre todo forma parte de la realidad humana de Jesús! Jesús nos ha revelado quién y cómo es Dios haciendo uso de la cultura bíblica de la que  su existencia terrena era empapada. Abraham, Israel y David eran sus antepasados y los profetas formaban parte de su literatura nacional. Cada  página de la Biblia es un recuerdo de Jesús, una reliquia de Jesús.

Hoy, la realidad humana de Jesús la encontramos en la Iglesia que es su nuevo cuerpo; sin embargo, la Biblia sigue formando parte de este organismo. Eso sí, solo cuando la entendemos como parte integrante de la Iglesia, cuerpo de Jesús Resucitado, la Biblia nos revela su sentido completo.

Jesús, el Verbo encarnado, sigue usando la Sagrada Escritura hoy para comunicarse, sigue usando los mismos elementos que asumió cuando tomó forma humana y que con el correr de los tiempos cobran un sentido cada vez más amplio. Cierto, otras religiones usan otros libros y tradiciones sagrados y también en ellos se descubren chispas de la presencia del Espíritu Santo, pero el Verbo encarnado no nació en la India, o en México o en un país árabe; nació en Israel de la descendencia de Abraham y David, y como hijo de María, mujer judía, quien tuvo el privilegio de introducirlo en el mundo.

Por eso, hasta hoy vale la pena aprender el "idioma" propio de Jesús aunque no siempre sea un idioma fácil de interpretar. María nos ayudará a aprenderlo con el corazón. A ese idioma de Dios, que es la Palabra Bíblica de Dios, le debemos mucho respeto - como a la misma Eucaristía, según decía San Jerónimo (Verbum Domini 52).

La Biblia entera forma parte del cuerpo de Jesús y es por eso que vale la pena leerla y contemplarla integralmente.