Abandonando mi arrogancia de ser
rico, aceptando que somos iguales
Ante las recientes
dos grandes crisis financieras - del 2008 y del año corriente - surge una
convicción siempre más fuerte: de que necesitamos una economía alternativa.
Preocupados por las nubes negras que se vislumbran en el horizonte y
constatando que, sin embargo, la desigualdad de oportunidades sigue creciendo y
atacando a los más pobres, los movimientos de protesta ganan cada vez más
caudal. Los "indignados" y
"ocupadores" en occidente, los promotores de cambios políticos en
varios países árabes tienen en común que ven una economía alternativa como
posible, necesaria y urgente. ¿Cómo puede haber hambruna de millones en Somalia
si al mundo no le falta ni el alimento, ni el dinero, ni los medios de
transporte?
Sobre la crisis ya
se ha reflexionado mucho y personalmente me siento agradecido porque
últimamente he podido leer excelentes artículos, escritos con una clarividencia
y radicalidad poco conocidas anteriormente. Destaco como ejemplo lo que decía
pocos meses atrás el periodista conservador inglés Charles Moore: "He
tardado treinta años hasta que, como periodísta, llegué a esta pregunta, pero
en esta semana siento que la debo plantear: Al final, ¿no tendría razón la
izquierda?"
Se tiene la
impresión de que el desafío ya no está en el análisis sino en el paso
siguiente, el cambio real y efectivo que debe llevar a una economía
alternativa. ¿Cuál sería el primer paso? En el contexto dramático que vivimos,
hoy ciertos pasajes de la revelación bíblica me llegan al oído como si nunca
las hubiéra escuchado antes: por ejemplo, que no podemos servir al mismo tiempo
a Dios y al dinero (Mt 6, 24) o la advertencia sobre el abismo que se está
creando entre el pobre Lázaro y el rico epulón (Lc 16, 26). A mi me impresiona de manera particular la formulación de
Juan en su primera carta; Juan caracteriza lo que hay en el mundo como "la
codicia del hombre carnal, los ojos siempre ávidos, y la arrogancia de los
ricos" y concluye: "pasa el mundo con todas sus codicias". Menos
mal que nos ofrece una salida: "pero el que hace la voluntad de Dios
permanece para siempre" (1 Jn 2, 16-17).
Para dar el paso del
análisis a la acción, como cristiano me doy cuenta que el cambio tiene que
comenzar superando yo mismo mi codicia y avidez, y más todavía, extirpando mi arrogancia
de rico. La crisis solo nos va a llevar
a una economía alternativa si tomamos una decisión valiente teniendo en cuenta que la alternativa entre Dios y el dios-dinero es excluyente.
En la palabra
bíblica y en la vida de Jesús, Palabra viviente, queda abundantemente claro que
Aquel que creó los mundos y me hizo a mí, no tolera a un ídolo rival llamado
Riqueza; queda muy claro que ricos y pobres somos exactamente iguales ante el Creador,
que ni yo ni mi familia ni mi clase social somos más porque tenemos más, y que
a Dios le podemos pedirle solo el pan de cada día y nada más. La arrogancia del
rico… siempre el ser humano ha
encontrado falsos motivos para creerse superior a otros - por su grupo étnico o
su nacimiento noble, por su educación y recientemente sobre todo por sus
riquezas. Estas mismas riquezas están en crisis ahora, y así hoy se nos ofrece una gran
oportunidad de convertirnos.
En resumen: ante Dios no cuenta
por nada lo que tenemos en el bolsillo. Ante Dios, Lázaro y el rico valen
exactamente lo mismo. Cuando aceptemos eso ya habremos mudado el primer paso
hacia una economía alternativa.
Asunción del Paraguay, 12 de noviembre 2011
P. Guillermo Steckling o.m.i.
Asunción del Paraguay, 12 de noviembre 2011
P. Guillermo Steckling o.m.i.
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